jueves, agosto 02, 2007

El Ruso en la pensión de Doña Nilda


“... Doña Nilda escucha hasta la caída de un alfiler, y hoy el Ruso perdió hasta sus zapatos de algodón en lo que debe haber sido la más funesta partida de póker de toda su vida. Su estado de ebriedad no lo ayuda demasiado y a duras penas puede mantener el equilibrio. Las apuestas de juego no otorgan tregua y cualquier teatro que invente, si resulta fallido, lo deja fuera de la pensión. Nilda, además, ya vió demasiadas funciones como para poder conseguir que vuelva a comprar otro de sus afamados “boletos paraguayos”. El Ruso debe más meses de alquiler que Don Ramón, no tiene alternativa, afuera llueve a cántaros y fue toda una osadía abrir silenciosamente la puerta de entrada. La decisión es triste, pero no queda otra opción. Aumenta la angustia y también aumenta la resignación. El Ruso pide asilo en la guarida de Tom, el perro de Doña Nilda. Tom es un Bretón blanco con algunas manchitas marrones. Uno de los pocos perros que el Ruso respeta puesto que Tom no se parece en nada a su dueña, es amigable por momentos indisciplinado , pero siempre muy muy solidario, pues aceptó compartir su refugio de muy buena gana. El Ruso acepta la frazada que Tom le acerca con el hocico. A decir verdad, la cucha del perro no tiene muchas comodidades menos que su habitación. Ambos se preparan para enfrentar el frío acurrucados cada cuál a su manera. Lentamente la noche se irá y pasará todo, la borrachera, la lluvia, la mala suerte y los problemas. Todo... absolutamente todo hasta que la vieja lo vea cuándo baje a amasar el pan y entre insultos y reclamos despida bruscamente los sueños tristes que esta noche se darán cita con El Ruso allí, en la casa del perro Tom, ubicada en uno de los rincones más fríos del zaguán de hielo.

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